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septiembre 28, 2010 / edwin

Cuando aún había viñas en Montjuïc

Son tres calles, nada más, y forman un pueblo entero en Sants-Montjuïc. Tres aviadores, los únicos en el nomenclátor de Barcelona: Ruiz de Alda, que tiene la calle más larga, unos 200 metros; Franco –el aviador republicano, hermano menor del general falangista–, de 70 metros; y Duran, en la que las otras dos desembocan, de unos 100 metros. Juntos formaban la tripulación del avión Plus Ultra que en 1926 fue el primero en cruzar el Atlántico entre España y Suramérica. voló con ellos un mecánico también, Pablo Rada, pero no le dieron calle alguna en el barrio, que en realidad fue y es un pueblo, llamado Plus Ultra porque se construyó en la misma época que aquella hazaña aeronáutica.
Plus Ultra, más allá de Montjuïc, ha estado todo el fin de semana de fiesta mayor. Curiosa es la entrada desde la calle de Alts Forns; de repente, desaparecen los típicos pisos de los años setenta y ochenta y, tras la sombra de ocho almeces en una minúscula plaza con cuatro bancos, se abre una calle de pueblo, la del Aviador Ruiz de Alda. En una casita florece el jazmín, que perfuma el entorno. Delante de otra, una solitaria silla aguarda en la sombra para que alguien se siente en ella a observar el ajetreo de estos días. Y ante una tercera casa, que lleva el año de 1925 en la fachada, ya en la calle del Aviador Franco, cuatro hombres y una mujer degustan higos frescos con un barrejat de moscatel, cazalla (un anís seco) y coñac. Me invitan, por supuesto, porque esto es un pueblo, no la anónima ciudad donde la mirada curiosa de un extraño asusta. 
Este domingo final de la fiesta, los niños del barrio –y de fuera, de padres que se fueron pero siempre regresan– pisotean las uvas en dos barriles, ya desde hace 25 años uno de los actos más celebrados en Plus Ultra. Hablando de uvas, en la veterana mesa de seis –Felisa, Andrés, Fernando, Manuel y el señor Busquets, alias el sheriff–, donde pronto llegará el mosto y darán cuenta de una caballa que ya cuelga de la fachada, secándose un poquito más, recuerdan las viñas que un día hubo en la falda de Montjüic, donde ahora están las Casas de la Vinya, otro de los barrios históricos y olvidados de aquí, como Can Clos, La Seat y el Polvorín.
«Subíamos al monte a bailar, unas 20 parejas», recuerdan. «Y había una fuente, de agua muy buena». Para llegar, tenían que cruzar la vía del tren de la potasa que venía cargado de las minas de Suria. El tren desapareció, y en su lugar llegaron bloques de viviendas, uno que «parece un convento», que han rodeado Plus Ultra sin apenas dejarle respirar en un entorno ya complicado de por sí, con años de aislamiento.
Pero todo ese entorno se olvidaba estos días de fiesta, sobre todo la alegre noche del sábado, tras la lluvia, cuando se desplegaron las mesas por las tres callejuelas en la pequeña plaza central sin nombre. Judías, butifarra, allioli, pan, un vaso de vino «i molta gresca», rezaba el cartel. Todo por 4,50 euros. Precio de pueblo.

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